Diálogo de la Espera (i)
Silencio, tranquilidad… ¿Quién te lo iba a decir? Vas cada día a esa silla, de ese lateral del parque. A la sombre de ese árbol…, pero hoy no es igual. Estás tranquila, plena,… Huele dulce; es la cervecera. Ya no huele. Con la tranquilidad que da el tenerlo todo o el no tener nada. Podría ser un día de playa, de brisa y placer, de sol y arena. Pero a más de dos mil kilómetros al Norte de esa playa, lo más parecido es ese parque. Y entonces, ¿de qué soy experta? Y me di cuenta de que… de la muerte. De no perder nada y de tenerlo todo. Cuando uno se admite a sí mismo que no hay futuro o que éste es incierto, la vida aparece delante de ti, desafiándote y pidiéndote que la vivas. Como hoy; el sol me azota la cara y la enrojece. Silencio. Cuando vivía en Madrid, una amiga me dijo una vez “Nada temo, nada espero, soy libre”. Es la cita del griego Kazantzakis. Desde luego, es cierto escepticismo o nihilismo reconvertido. Pero aún es más.
Allá en Madrid… en una conversación…
– Pero…, no puedo evitar esperar algo, dice V.
– ¿Y de dónde viene ese “esperar”? ¿En qué se apoya? ¿Qué signos has hallado en él para esperar algo? ¿Conoces sus razones?, pregunta A.
– No, no, no, no, responde V.
– Es cierto que tú misma lo ves; es cierto que cualquiera lo entiende en una conversación , pero no hay nada más falso que decir que los seres humanos reconocen esa verdad y en consecuencia la ponen en práctica en su vida.
– Sí, sí, sí, sí, dice V.
V la mira fijamente, como en shock, escucha atentamente lo que ella dice, pero se paraliza al pensar en las consecuencias para su propia vida.
– ¿Qué hay de la ilusión? ¿De la fe en el ser humano? ¿En los otros?
– La fe o confianza en los otros se siente de forma sincera pero se razona erróneamente. ¿Por qué has de esperar lo que tú harías de alguien a quien no conoces? ¿Qué ha hecho al ser humano tan sordo ante las palabras ajenas y tan ciego ante los actos del otro?
– Pero hay que ser confiado, bien intencionado.
– Eso sólo tiene sentido en el libro B, donde el protagonista pone la otra mejilla, ¡olvidémonos por fin de esa historia también!
– ¿Y entonces?
– Entonces hay que escuchar y observar e ir sin ideas preconcebidas. Pensar que alguien va a actuar mal o bien, regular, fatal o genial es, al fin y al cabo, un auténtico pre-juicio; un juicio que hay que evitar.
– Ya, pero todos lo hacemos. Hay que desenvolverse en sociedad y los prejuicios, las reglas y los patrones ayudan. Si no, ¿qué hacer? ¿Habría entonces que andar siempre con estrategias, desconfiando?
– ¿Por qué no es una estrategia hacer juicios prematuros y basados en la falta de información? Puede verse asimismo como una estrategia para ver una realidad de forma más agradable a tus deseos, para adoptar un rol de bueno y entonces pensar que los demás son malos, para ir por la vida sin atender demasiado a los otros, a cosas que puedan disturbarnos, para tener una existencia simplificada y sin “comeduras de tarro”, etc…
– No sé, pero, ¿qué hacer? ¿Cómo vivir? ¿Siempre alerta?
– En cierta manera sí. Hay que vivir alerta, pero alerta a la vida y al ser humano, a su extraordinaria variedad. ¿Por qué hemos de perder esa información? Todo consiste en lograr una buena comunicación, algo que aparentemente es simple y para lo que el hombre está dotado, pero que en esta sociedad que consume tiempo en vez de vivirlo, del todo-ya-ahora, se ha convertido en un imposible.
– Entonces, ¿crees que esto tiene que ver con no saber esperar?
– La no-espera es un mal presente y a la vez creciente, valga la rima. ¿Podrías decirme lo máximo que has esperado últimamente por algo?
– Mm…, creo…, creo que dos semanas, por unos resultados médicos. Ya me doy cuenta de que eso no es esperar. Es cierto: antes, una carta tardaba en llegar semanas, por no decir meses, si nos remontamos mucho en el tiempo. Así que cualquier noticia, publicidad, comunicado, factura o similar tenía que esperar, me imagino, comentó V.
– Sí, tiene también que ver con esta cultura del resultado. Si eliminamos la espera y sólo contamos a partir del resultado, hemos perdido el proceso, lo que de verdad cuenta, donde de verdad está la vivencia. Si el resultado ha de estar ¡ya! para que algo empiece a contar, no nos estamos dando cuenta de que empezamos por el final. Y cuando el final ha llegado, ¿qué nos queda por esperar? Otro resultado, otro final. Una vida de finales, como una película de Hollywood.
– Ya, y, ¿cómo es esa actitud en la vida real? ¿Qué ves en la gente?
– Un círculo cuyo trazo recorren una y otra vez. Un resultado tras otro. El consumo de una cosa tras otra, de una persona tras otra. Y dime, ¿qué sacan de eso?
– Puf… ¡La satisfacción inmediata del resultado! Como cuando te comes un trozo de tarta y el azúcar activa esa zona en tu cerebro, ¡click!, tremendo placer. Te calma, te suaviza, sientes el placer desde tus papilas gustativas hasta lo más profundo de tu interior. Vamos, lo que siempre ha sido el placer inmediato, el placer de los sentidos. Somos unos hedonistas, ¿no es cierto?
– Yo diría que sí, pero…, reconvertidos y ayudados. Ayudados por un mundo en el que los placeres inmediatos están ahí, al alcance de todos. Reconvertidos en algo diferente, pero que es lo mismo. Es el resultado lo que se valora, lo que se busca y se disfruta. El problema es que lo demás no se disfruta, menos se busca y nada se valora. Ni siquiera se saborea el chocolate, se derrite la crema o se rozan los cristales de azúcar. Es ahí, en lo demás, donde está el proceso, donde está la espera.
(Continuará…)
Dedicado a la Baronesa, gracias!